MENSAJE
ANTE LAS CÁMARAS
DEL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA
GIORGIO NAPOLITANO
EN EL DÍA DE SU TOMA DE POSESIÓN
Hemiciclo de la Cámara de los Diputados - 15 de mayo de 2006
Señor Presidente,
honorables diputados,
honorables senadores,
señores representantes de las Regiones de Italia:
me embarga una profunda emoción al dirigirme a vosotros en este Hemiciclo, en el que pasé una parte tan importante de mi labor pública, aprendiendo en directo el sentido y el valor de las instituciones representativas, que constituyen el fundamento supremo de la democracia republicana. Las asambleas electivas, y en primer lugar el Parlamento, son el sitio de la discusión sobre los problemas del país, de la dialéctica de las ideas y de las propuestas, la búsqueda de las soluciones más eficaces y compartidas. La nueva legislatura se inauguró con un profundo tormento, tras una áspera competición electoral, de la que ambas coaliciones políticas emergieron con una fuerte representación del cuerpo electoral. La asunción de las responsabilidades de gobierno por parte de la coalición que ha predominado, aunque sólo levemente, representa la expresión natural del principio mayoritario que casi quince años atrás Italia escogió como regulador de una democracia de la alternancia realmente operante.
En estas condiciones, sin embargo, se presenta con mayor claridad la exigencia de una reflexión seria acerca de la manera de entender y cultivar las relaciones entre mayoría y oposición en un sistema político bipolar. No se trata de retroceder, respecto a la evolución que la democracia italiana experimentó gracias al estímulo y las aportaciones de fuerzas de orientación distinta. Pero el hecho de que se haya instaurado un clima de pura contraposición e incomunicabilidad, en detrimento de la búsqueda de posibles terrenos de compromiso común, es índice de una maduración aún insuficiente, en nuestro país, del modelo de relaciones políticas e institucionales ya consolidado en otras democracias occidentales.
Pues bien, también en Italia ha llegado el tiempo de la madurez para la democracia de la alternancia.
El reconocimiento mutuo, el respeto y la escucha entre las coaliciones opuestas, el enfrentarse con dignidad en el Parlamento y en las demás asambleas electivas, la identificación de los temas de una convergencia clara, necesaria y posible en el interés general, pueden reforzar de forma decisiva, y no poner en entredicho, el nuevo curso de la vida política e institucional emprendido con la reforma de 1993 y las elecciones de 1994.
Esto podrá realizarse sólo por obra de las fuerzas políticas organizadas y de sus representantes en las instituciones representativas, sostenidos por la conciencia y el dinamismo de la sociedad civil. A quien les está hablando, llamado a representar la unidad nacional, le corresponde simplemente transmitir hoy un mensaje de confianza, en respuesta a la demanda de serenidad y equilibrio que los italianos plantean hoy de forma tan vehemente y difusa.
Estoy convencido de que la política puede recuperar su función, fundamental e insostituible, en la vida del país y en la conciencia de los ciudadanos. Podrá lograrlo a condición de evitar exasperaciones y envilecimientos que fatalmente debilitarían su fuerza de atracción y persuasión, y a condición de que consiga expresar moralidad y cultura, enriqueciéndose con nuevas motivaciones ideales. Entre éstas, la de construir bases comunes de memoria e identidad compartida, como factor vital de continuidad en la sucesión fisiológica de alianzas políticas distintas en el gobierno del país.
Pero no podrá darse una memoria y una identidad compartida sin volver a recorrer y recomponer con espíritu de verdad la historia de nuestra República, nacida hace sesenta años culminando la atormentada experiencia del estado unitario y, aún antes, del proceso del risorgimento.
Yo creo que hoy ya es posible reconciliarnos, superando antiguas divisiones desgarradoras, reconociendo el significado y el aporte decisivo de la Resistencia, aunque sin ignorar las zonas oscuras, los excesos y las aberraciones. Es posible volver a reunirse, sin renovar las heridas del pasado, respetando a todas las víctimas y rindiendo un homenaje no ritual a la liberación del nazifascismo como reconquista de la independencia y de la dignidad de la patria italiana.
Memoria compartida, como premisa de una identidad nacional común que tenga como fundamento los valores de la Constitución. La referencia a esos valores saca fuerza de su misma vitalidad, que, intacta, resiste ante cualquier controversia.
Me refiero - y es justo hacerlo también celebrando el sexagésimo aniversario de la elección de la Asamblea Constituyente - a esos "principios fundamentales" que plasmaron la faz de la República en los primeros artículos de la Carta Constitucional. Principios, valores y pautas que, escritos ayer, hoy se abren para acoger nuevas realidades e instancias.
Así, el valor del trabajo, como base de la República democrática, llama más que nunca al reconocimiento concreto del derecho al trabajo, aún lejos de realizarse para todos, y a la protección del trabajo "en todas sus formas y aplicaciones" y, por ende, también en las formas que hoy están expuestas a la precariedad y a la falta de garantías.
Los derechos inviolables del hombre y el principio de igualdad "sin distinción de género, raza, lengua, religión", se integran y completan en la Carta europea, abierta a nuevos derechos civiles y sociales. Ellos no pueden no ser reconocidos a hombres y mujeres que, como inmigrantes, entran a formar parte de nuestra comunidad nacional, contribuyendo para su prosperidad.
El valor de la centralidad de la persona humana se enfrenta hoy con las nuevas fronteras de la bioética.
La unidad e indivisibilidad de la República se ha entrelazado paulatinamente con el reconocimiento más amplio de la autonomía y del papel de los poderes regionales y locales.
La protección de las minorías lingüísticas se revela anticipadora, como factor de riqueza y apertura de nuestra comunidad nacional.
Todavía es esencial el diseño laico de las relaciones entre el estado y la Iglesia, concebidos como independientes y soberanos, cada uno en su propio campo. La libertad y el pluralismo de las confesiones religiosas se han ido sancionando, y deberán seguir siéndolo, trámite acuerdos promovidos por el estado.
Asimismo, presentan una riqueza y urgencia sin precedentes tanto el desarrollo de la cultura y de la investigación científica y técnica como la protección del paisaje y del patrimonio histórico y artístico de la nación.
Finalmente, los valores, inseparables, del rechazo de la guerra y de la corresponsabilidad internacional para asegurar la paz y la justicia en el mundo se enfrentan hoy con nuevas pruebas, complejas y duras.
Y bien, señor Presidente, honorables parlamentarios, señores delegados regionales, ¿quién puede poner en duda la extraordinaria sabiduría, y la correspondencia con el bien común, de los principios y valores constitucionales que quise recordar puntualmente? En este sentido, es justo hablar de unidad constitucional como sustrato de la unidad nacional.
Un anclaje resuelto a las líneas esenciales de la Constitución de 1948 no puede tomarse por puro conservadurismo. Los constituyentes se pronunciaron claramente por una Constitución "destinada a perdurar", una Constitución rígida pero no inmutable, y definieron los procedimientos y las garantías para su revisión. En los varios proyectos que se han sucedido para revisar la segunda parte de la Constitución nunca se pusieron en tela de juicio sus principios fundamentales. Pero en la misma Asamblea Constituyente, al elegir el modelo de la República parlamentaria, ya se expresaba la preocupación por "tutelar las exigencias de estabilidad de la acción de gobierno y evitar las degeneraciones del parlamentarismo". Esa cuestión quedó pendiente, y otras surgieron en años más recientes, también bajo el perfil del papel propio de la oposición y del sistema de garantías con relación a los cambios aportados a la legislación electoral. La ley de revisión constitucional aprobada por el Parlamento algunos meses atrás ahora se ha confiado al juicio final del pueblo soberano; pero, sucesivamente, habrá que verificar la posibilidad de nuevas propuestas de reforma capaces de obtener el necesario consenso amplio en el Parlamento.
Deseo presentar mi homenaje sentido y convencido a mi antecesor, Carlo Azeglio Ciampi, por la manera ejemplar con que desempeñó su mandato, y, en particular, por su impulso hacia una afirmación más fuerte de la identidad nacional italiana y de un sentimiento patriótico renovado. Al mismo tiempo, ningún repliegue dentro de fronteras u horizontes anacrónicos.
Como ya se declaró en la Asamblea Constituyente, anticipando el futuro, para nosotros los italianos Europa es una segunda patria. Y cada vez más lo ha sido a lo largo de los casi cincuenta años que nos separan de los Tratados de Roma que llevan la firma, por Italia, de Antonio Segni y Gaetano Martino. Es más: el camino de la integración y construcción europea comenzó aún antes, inspirado por la intuiciones proféticas de Benedetto Croce y de Luigi Einaudi, y guiado por el encuentro entre las muy diferentes aportaciones de personalidades como Alcide De Gasperi y Altiero Spinelli, el estadista previsor y el adalid del movimiento federalista, ambos ni mezquinamente realistas ni abstractamente utópicos.
La crisis que atormenta a la Unión Europea desde hace un año no puede ensombrecer de forma ninguna el camino ya recorrido, ni hacer liquidar el gran proyecto de la construcción comunitaria como reflejo de una fase histórica que se concluyó en 1989, la del continente dividido en dos bloques contrapuestos. De hecho, no sólo se ha cumplido la mayor empresa de paz del siglo pasado en el corazón de Europa, no sólo se realizó un progreso económico y social, civil y cultural, extraordinario y duradero en aquellos países que paulatinamente se asociaron al proyecto, sino que también se echaron las raíces de un movimiento irreversible de acercamiento e integración entre los pueblos, las realidades productivas, los sistemas monetarios, las culturas, las sociedades, los ciudadanos, los jóvenes de las naciones europeas.
Este proceso no podrá ser arrestado por las dificultades, graves por cierto, que se han dado en el proceso de ratificación del Tratado constitucional: Italia - cuyo gobierno y Parlamento fueron entre los primeros en ratificar ese Tratado - está fuertemente interesada y comprometida en crear las condiciones para la entrada en vigor de un texto de auténtica relevancia constitucional.
Nos inducen a la reflexión, pero no podrán detenernos, los fenómenos de desengaño e incertidumbre que han provocado en la opinión pública la grave ralentización en el crecimiento de la economía y del bienestar, una evidente dificultad en afrontar tanto los retos de la competencia global y del cambio de pesos y equilibrios en la realidad mundial como las pruebas mismas de la ampliación de la Unión.
Ante estos desafíos, no cabe más alternativa que el relanzamiento de la construcción europea.
Italia, sólo como parte activa de la construcción de un sujeto europeo más fuerte y dinámico, y Europa, sólo trámite la unión de sus fuerzas y la potenciación de su capacidad de acción, podrán jugar un papel efectivo, autónomo, peculiar en la afirmación de un nuevo orden internacional de paz y justicia. Un orden de paz en el que pueda difundirse la democracia y prevalecer la causa de los derechos humanos, y al mismo tiempo afirmarse un gobierno del desarrollo que contribuya para conjurar tensiones y riesgos de guerra, y pueda detener el agravamiento intolerable y alarmante de las desigualdades en perjuicio de los países más pobres, de los pueblos afligidos por tantos azotes, como los del continente africano.
Para Italia, entonces, el camino maestro sigue siendo el del compromiso europeísta, como lo indicara con pasión el Presidente Ciampi en estos años. Y en esto, creo yo, coincidió con el sentir profundo que ya ha madurado sobre todo en nuestras generaciones jóvenes, cuya alma italiana es una sóla con el alma europea, y que no ven un futuro sino en Europa.
La prioridad del compromiso europeísta nada quita a la profundidad de la adhesión de Italia a una visión de las relaciones transatlánticas, de sus lazos históricos con los Estados Unidos de América y de las relaciones entre Europa y Estados Unidos, como fundamentos de una estrategia de alianzas, en la libre búsqueda de planteamientos comunes para los problemas más controvertidos, en plan de igualdad de dignidad. Es en este contexto que hay que afrontar, sin titubeos ni ambigüedades, la amenaza tan dura, inquietante y nueva bajo muchos aspectos, del terrorismo de cuño fundamentalista islámico, sin ofrecer jamás a este insidioso enemigo la ventaja de cualquier concesión nuestra a la lógica del choque de civilizaciones, de una renuncia al principio y al método del diálogo entre historias, culturas y civilizaciones distintas.
No es ilusorio pensar que este marco de las orientaciones de política internacional de Italia pueda ser compartido por las coaliciones políticas opuestas. Dentro de este marco, es al gobierno y al Parlamento que les corresponde indicar iniciativas idóneas para contribuir en el diálogo y la negociación entre Israel y la Autoridad palestina, con el reconocimiento pleno del derecho del estado de Israel a vivir con seguridad y del derecho del pueblo palestino a darse un estado independiente. Y ya es la hora de desterrar el arma del terrorismo suicida y de oponerse con firmeza a cualquier coletazo de antisemitismo.
De la misma forma, se imponen iniciativas dirigidas a la solución de la crisis en Irak, sangrienta y todavía abierta, a la estabilización del proceso democrático en Afganistán, a la búsqueda de una salida positiva del estado de tensión, tan preocupante, con Irán.
En concreto, al gobierno y al Parlamento les corresponde definir las soluciones para el regreso de los militares italianos de Irak. Hoy, esta Asamblea no puede sino unirse en el homenaje reverente y conmovido a todos nuestros caídos, que representaron el precio muy doloroso de misiones en el extranjero cumplidas con entrega y honor, cualquiera que haya sido el grado de consenso al decidir sobre ellas.
Honorables parlamentarios, señores delegados regionales, si mi atención se desplaza ahora desde el crucial horizonte europeo al estado de nuestro país y a la escena de nuestras responsabilidades directas, sólo puedo permitirme unas pocas breves consideraciones, sin asomarme a un campo que, más que cualquier otro, es propio del cotejo entre planteamientos y posiciones políticas distintos. También en este caso, puedo sólo expresar un mensaje de confianza, sin entregarme a diagnósticos pesimistas sobre el declive inevitable de nuestro sistema económico y financiero, pero tampoco subestimando la gravedad de las debilidades a superar y las dificultades a capear.
En primer lugar, el nudo de la deuda pública. Y también las flaquezas del sistema productivo.
Las empresas italianas han demostrado que saben aceptar el desafío implícito en el hecho de actuar en un mercado abierto y de competencia libre, y que se proponen hacer un esfuerzo serio para el crecimiento, la innovación y la internacionalización. Solicitan del estado no que introduzca o conserve protecciones indebidas, sino que favorezca la competitividad del sistema y las inversiones privadas y públicas, así como que reanude el proceso de desarrollo infraestructural que tan importante fue para el crecimiento durante la segunda posguerra.
Pero, junto con la exigencia de eliminar limitaciones y vínculos injustificados, también es necesario asegurar reglas y controles eficaces y eficientes.
Nuestro país no puede renunciar a sus grandes tradiciones en campo industrial y agrícola, que todavía se manifiestan en importantes pruebas de progreso, también tecnológico: éstas, recientemente, llevaron a casos de recuperación extraordinaria en graves situaciones de crisis, y animaron nuevas realidades productivas vitales. Al mismo tiempo, parece indispensable reforzar y modernizar el sector de los servicios, y valorizar con coraje y espíritu anticipador el patrimonio sin par, natural y paisajístico, cultural y artístico, del que dispone Italia.
Por aquí debe pasar también cualquier política para el Sur del país, cuyas regiones se convierten en un eje forzoso para el relanzamiento del desarrollo nacional en general, también por su valor estratégico en la nueva gran perspectiva de los flujos de inversión y de intercambios entre el área euromediterránea y Asia. Huelga añadir más, al respecto, señores parlamentarios y delegados regionales, considerando la profundidad de las raíces y de las experiencias políticas y de vida que me vinculan con el Sur de Italia: son necesarias otras palabras para confiaros un auspicio tan íntimamente sentido.
En general, son precisamente mis experiencias políticas y mis vivencias las que me inducen a asociar con fuerza el problema del relanzamiento de nuestra economía con el de la justicia social, de la lucha contra las crecientes desigualdades y las nuevas marginalizaciones y pobrezas, del compromiso más coherente para aumentar el empleo y el nivel de actividad de la población, del problema no soslayable de mejorar las condiciones de los trabajadores y de los pensionistas, y de renovar la garantía de la dignidad y la seguridad del trabajo.
Necesitamos más justicia y más cohesión social. Y si, en este sentido, un papel decisivo lo tienen los sindicatos, ante un mercado laboral que está cambiando profundamente y que requiere fuertes aperturas a la innovación, también es interés y responsabilidad de las fuerzas empresariales de comprender y apoyar las políticas de cohesión y de solidaridad.
Cuando, ante problemas tan complejos y vínculos tan gravosos, nos preguntamos si podremos con ellos, debemos dirigir la mirada a los recursos de los que dispone Italia. Son los recursos de las instituciones regionales y locales que ejercen sus autonomías en colaboración responsable y leal con el estado, y confiando en el compromiso unitario de la administración pública al servicio exclusivo de la nación. Son también los recursos de un rico tejido civil y cultural, de donde brota un valioso potencial de subsidiariedad, por el aporte que ha demostrado y demuestra saber brindar el mundo de las comunidades intermedias, del asociacionismo laico y religioso, del voluntariado y de los organismos sin fines lucrativos. Son los recursos de la participación de base, que tanto pueden estimular y encauzar las instituciones locales.
Y son también los recursos de las familias: como las que vimos, en estas semanas, unirse ante los despojos de los caídos de Nassirya y de Kabul. Familias laboriosas y modestas que educan a sus hijos en el sentido del deber para con la patria y la sociedad. Familias que representan la riqueza más grande de Italia.
También podemos confiar - y permítanme recordar la magnífica figura de Nilde Iotti - en los formidables recursos de las energías femeninas todavia no movilizadas ni valorizadas, ni en el trabajo ni en la vida pública: prejuicios y barreras, con un consiguiente despilfarro enorme, ya no tolerables.
Contamos, finalmente, con los recursos que pueden ser atribuidos a los jóvenes, hombres y mujeres en formación, por un sistema educacional que debe ofrecer a todos, hasta el nivel más elevado, igualdad de oportunidades para el desarrollo de la persona, y que debe premiar el mérito y la entrega en el estudio y en el trabajo.
Todo esto nos lleva a tener una confianza no retórica en el futuro de nuestro país.
Sin embargo, nuestro futuro también está vinculado con problemas cuales ya se insertan en el gran escenario del espacio europeo de libertad, seguridad y justicia. Sigue siendo duro el desafío de la lucha a la criminalidad, una presencia agresiva que todavía grava tanto sobre las posibilidades de desarrollo del Sur de Italia, así como el de la lucha contra las nuevas amenazas del terrorismo internacional e interno. Pero sostiene nuestra confianza el hecho que el estado ha demostrado, también en estos últimos años, que puede contar con la acción eficaz y conjunta de la magistratura y de las fuerzas policiales, a las que yo - al haber aprendido a conocer mejor y a apreciar su compromiso y su pujanza, durante mi responsabilidad de gobierno - deseo expresar nuestra viva gratitud.
Es cierto que los problemas de la legalidad y moralidad colectiva se presentan todavía pendientes de solución, de forma inquietante y hasta en ámbitos que hubiéramos esperado inmunes. Mientras, desafortunadamente, permanecen críticas las condiciones de la administración de la justicia, sobre todo en lo que atañe a la duración de los juicios.
Y todavía hay demasiadas tensiones en las relaciones entre política y justicia, lo que perturba el desempeño de una función constitucional tan elevada y hiere la dignidad de aquellos que deben cumplir con ella. También en este campo, tan delicado, se advierten exigencias y demandas de serenidad y equilibrio en los necesarios procesos de reforma.
Por lo tanto, la política y las instituciones deben enfrentarse con compromisos serios y complejos.
Italia está viviendo un momento difícil: pero no sólo difícil, sino dramático fue el periodo que vivió Italia en los años sucesivos al fin de la guerra y a la Liberación, al deber cargar con un legado de terribles destrucciones materiales y morales y debiendo también superar las conmociones de un conflicto electoral e ideal como el que dividió al país, en el momento de elegir entre monarquía y república.
Entonces prevaleció - y la mayor demostración de ello la dio la Asamblea Constituyente - y venció todas las dificultades el sentir de la misión nacional común: que fue más fuerte que los choques ideológicos y políticos, por legítimos que fueran. Así, hoy, mi llamamiento a la unidad no quiere edulcorar una realidad de divergencias ásperas, sobre todo en las cumbres de la política nacional, sino precisamente apuntar a solicitar entre los italianos un nuevo sentido de la misión a cumplir, para dar pujanza y cohesión a nuestra sociedad, para asegurar a nuestro país el papel que le corresponde en Europa y en el mundo.
Es un llamamiento que acaso pueda encontrar una mayor correspondencia en la Italia profunda, la Italia de las cien provincias, la Italia del trabajo diario y de la voluntad de avanzar, que mi predecesor quiso explorar descubriendo la imagen de una concordia de intenciones y de obras más firme de lo que generalmente se cree.
Considero mi deber comprometerme para favorecer relaciones más sosegadas entre las fuerzas políticas y convergencias más amplias y constructivas en todo el país; pero es un compromiso que cumpliré con la sobriedad necesaria y respetando rigurosamente los límites del papel y los poderes que la Constitución vigente atribuye al Presidente de la República. Un papel de garantía de los valores y equilibrios constitucionales; un papel de moderación y persuasión moral, cuyo supuesto es el sentido y el deber de la imparcialidad en el ejercicio de todas las funciones atribuidas al Presidente.
Como representante de la unidad nacional, acojo la referencia contenida en el mensaje de enhorabuena que me envió el Pontífice Benedicto XVI, a quien expreso mi agradecimiento y mi saludo: acojo la referencia a los valores humanos y cristianos que son patrimonio del pueblo italiano, bien sabiendo cuál fue la profunda relación histórica entre la cristiandad y la evolución de Europa. Y de esto nace la convicción de que es preciso reconocer desde el punto de vista laico la dimensión social y pública del hecho religioso, y desarrollar concretamente en múltiples campos y en nombre del bien común la colaboración, en Italia, entre el estado y la Iglesia católica.
En el momento de iniciar su mandato, el Presidente de la República rinde homenaje al Tribunal Constitucional, como órgano de alta garantía que vela, desde hace cincuenta años, por el pleno respeto de nuestra ley fundamental; al Consejo Superior de la Magistratura, expresión y defensa de la autonomía e independencia de esa orden de cualquier otro poder; a todas las administraciones públicas, a todos los órganos y cuerpos del estado, y en particular a las Fuerzas Armadas italianas, que destacan por niveles cada vez más elevados de profesionalidad y eficiencia modernas, así como a las varias y diversas fuerzas que con su compromiso convergente velan por el bien esencial de la seguridad de los ciudadanos.
Guardo atención especial por el mundo de la escuela y de la universidad y por todos aquellos llamados a mantener elevada su función educadora. Al mundo de la información, expreso mi compromiso convencido de que garantizaré su libertad y pluralismo, como condición imprescindible de democracia.
Quiero dirigir un pensamiento grato y respetuoso a todos mis predecesores, personalidades representativas de distintas corrientes ideales y tradiciones populares, aunados por la primacía de los valores esenciales: libertad, justicia, solidaridad.
En especial, quiero recordar al primer Presidente de la República, Enrico De Nicola, que fue un símbolo de pacificación en un momento histórico controvertido, y al que me unieron relaciones de antigua amistad familiar y el compromiso común, en épocas distintas, de representar en el Parlamento a nuestra grande, generosa y atormentada ciudad de Nápoles.
Señor Presidente, honorables parlamentarios, señores delegados, me inclino ante esta Asamblea, en la que se reconocen todos los italianos, y por vez primera también los que obran en el extranjero, cuyas comunidades finalmente tiene una voz para que se escuchen sus exigencias y esperanzas.
En ningún momento seré sólo el Presidente de la mayoría que me eligió; prestaré atención y respeto a todos vosotros, a todas las posiciones ideales y políticas que expresáis; dedicaré con ahínco mis energías al interés general para poder contar con la confianza de los representantes del pueblo y de los ciudadanos italianos sin distinción politica ninguna.
¡Viva el Parlamento!
¡Viva la República!
¡Viva Italia!